Cuando nadie estaba mirando
volvió a escribir en su cuaderno.
Nunca le había dolido tanto
clavar sus ojos en papel muerto
mientras le temblaban las manos,
pues tenía mucho que contar
aunque nadie quisiera verlo.
Por eso, a escondidas, bajo las sábanas
escribía letras que gritaba al cielo
para que, al despertar por la mañana,
le dieran de lleno aquellos labios
que imaginaba en su ventana.
Aquel mar de tinta escondía sus deseos
como una confesión que le haría arder en la pira,
como una procesión que nadie observaría,
pues siempre el mayor dolor se maquilla con gran silencio.
Y las máscaras de orgullo serían las portadas del cuaderno,
dándole a entender al mundo que dentro no esconde nada,
que no ha vuelto a llorar por aquello que extrañaba
y que no ha vuelto a arrepentirse de escribir aquellos versos.
Cuando nadie estaba mirando
volvió a escribir en su cuaderno
y nadie se atrevió a leer
lo que su alma sangraba.
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