Y ahora, en mitad del invierno,
me doy cuenta de que siempre fuimos frío.
Cobardes,
valientes corredores que huyen de una realidad dolorosa,
como esa liebre que no acepta que gane la tortuga
a pesar de confiarse ante una vida que no controla.
Fuimos como Romeo y Julieta
si no se hubieran declarado amor eterno.
Fuimos uno sin llegar a ser completos,
como una palabra a la que no das todas las letras.
Sin embargo, no quisimos culparnos,
porque era más fácil culpar al destino,
sin darnos cuenta que el destino es como una cuerda
que usamos como excusa para ahorcarnos.
Y ahora, en nuestra propia misa de requiem,
nos dedicamos ausencias que nunca quisimos.
Fingimos estar bien y que no nos molesta
mientras recogemos pedazos que como migas de pan perdimos.
Pero nadie puede salvarnos
por negarnos a admitir nuestro peligro.
"Son cosas que pasan" nos mentimos
y sonreímos por fuera mientras por dentro lloramos.
De este modo, seguimos caminando,
igual que Pinocho cuando quería creer que era un niño,
pero aparentamos que no nos importa
mientras cada día nuestro espíritu se va helando.
Por eso, no podemos culpar al invierno
de los errores que hoy cometimos.
No nos afecta el invierno,
pues antes de él nosotros ya fuimos frío.
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