Me he dado cuenta de que nunca podré tenerte.
Supongo que, por mucho que lo intente, en temas de amor no se puede luchar contra imposibles. Tú no naciste para mí, aunque me duela admitirlo, y yo nací para quererte en secreto, sin que nunca llegues a darte cuenta.
Melibea no fue para Romeo, del mismo modo en que Julieta no fue para Calisto. De este modo, sé que no te pertenezco, aunque te pido que aceptes mi corazón. Si no late por ti, en mi cuerpo ya no lo quiero.
Cuanto más me acerco a ti, más siento que te alejas. Nos miramos de formas diferentes, como un cazador mira a su presa, y en este juego tenemos reglas distintas: tú sonríes, y yo me muero por tenerte.
Pero no te puedo culpar. No está hecha la miel para la boca del asno, ni se pueden dar perlas a los cerdos. Sé que no soy para ti y, aunque duela, debo entenderlo, pues nuestra canción ha terminado, y en ningún momento llegamos a cantarla juntos.
Por tanto, debo aceptar que moriré de hambre de ti, que la única forma de meterte en mi cama será soñándote, que el tiempo se parará cada vez que me mires, pero continuará su curso sólo para recordarme que no estás conmigo mientras mueren mis lágrimas secas al no entender cómo se puede vivir sin compartir una vida contigo.
De todos modos, lanzaré una última súplica: si algún día sientes algo, si crees que nace una mínima posibilidad de que estemos juntos, si consideras que puede merecer la pena intentarlo, avísame. Te estaré esperando.
Espero noticias tuyas, pero, hasta entonces, yo me rindo.
Siempre serás el motivo por el que merezca la pena seguir viviendo.
Flautista.
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