miércoles, 12 de noviembre de 2014

Desterrado

Cuando despertó todavía era de noche. No supo cuánto tiempo había dormido, pero no le importaba. Por muy desgarrador que resultase, ahora tenía todo el tiempo del mundo, y no existía sueño alguno que fuera capaz de evadirle de una realidad tan cruda.

Como era de esperar, la cama estaba vacía, y el contacto de sus pies con las frías tablas de madera del suelo le recordó que llevaba mucho tiempo sin saber qué era el calor. Aún así, decidió levantarse, pues no servía de nada pararse a echar de menos algo que nunca había tenido.

Con pasos sigilosos fue a la cocina. Tal vez allí encontrase el vino que le había hecho olvidar cómo había llegado a la cama, cómo había logrado dormir en soledad, y cómo lograba aceptar un mundo en el que parecía que nadie se preocupase por sus inquietudes o sentimientos, en el que sentía su libertad coartada como un pájaro enjaulado, en el que la lluvia le asfixiaba y el tiempo y el espacio sólo eran dos bufones que bailaban para recordarle la brutalidad de la vida.

Entonces fue cuando comprendió que ya no estaba en casa.

En la cocina no había vino. De hecho, no había ninguna cocina. Tardó un tiempo en asimilarlo, pero logró comprender que lo que antes era su casa ahora se había convertido en un vacío, pues no existe un hogar sin una felicidad que nazca de dentro, y aquel lugar carente de sensaciones felices le recordó más a las puertas del infierno que a un refugio en la tierra.

Pero él sabía que el infierno no era tan malo. Ya lo había visitado muchas veces, pues la vida le había dado palos como para encender más de mil hogueras, y sabía que no había llama que cien años dure, ni mal que su cuerpo no soporte. Había nacido para luchar, y esta vez la batalla era contra sí mismo, contra ese yo interno que le pedía rendirse, dejar de enfrentarse al mundo que le rodeaba y dormir en un sueño eterno en el que por una vez ganase la partida.

Pero no, él no era así. Sabía que todas las luchas tenían un sentido, y que una vida luchando no era para rendirse ante uno mismo. Había que seguir, enfrentar a un nuevo día y buscar siempre una manera nueva de avanzar, pues el mundo es demasiado pequeño como para no alcanzar lo que nos merecemos.

Fue en ese momento cuando salió el Sol, y anunció con su luz que pronto abandonaría su destierro.


Flautista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ícaro

Cuanto más cerca del Sol logro volar, mayor es el impacto de mi caída. Puede que sea mi osadía la que tenga que lamentar mientras me ha...