martes, 25 de noviembre de 2014

Fin de la partida

En este mundo de normas
todos parecen comprender el juego
aunque luego pierdan las formas.

A la mierda,
no hay quien lo entienda,
ni nadie que se sorprenda
con un alma descontenta
ante la enorme reprimenda
de sociedades fraudulentas
con mentiras que alimentan
emociones incompletas.

Ya no importa,
nadie vigila,
vivimos en un mundo de almas dormidas,
vivimos en un mundo de almas voladas por minas,
por emociones que no admitimos,
por sentimientos que destruimos,
minados en arterias vacías
por corazones que bombean solos,
y solo por quemar calorías.

Y todo parece normal,
el mundo se ha vuelto loco
y a nadie le suele extrañar
que queramos abrir los cerrojos.
Que paren el mundo, me quiero bajar
si es motivo de sonrojo
para esta sociedad
mostrar cariño antes que enojo.

Ser feliz ahora cuesta
más que la cuesta de Enero.
Ya no existen caballeros,
sólo existen viceversas,
que pueden parar el mundo
por que no pare la cerveza.

Existencia banal, fugacidad eterna
en el devenir de un mundo en el que mueren las ideas.
Pobre Hamlet, si nos viera,
ante el dilema de existir querría ser solo calavera.

Por eso me rindo, doy mi alma por perdida
y en el juego del mundo quiero parar la partida,
pues no tiene sentido querer comprender la vida
cuando villanos son felices sin tristeza en sus días,
cuando hacer daño a los demás sienta de maravilla
pero la felicidad de otro parece una pesadilla
antes de navidad, en invierno o en verano,
para un cuerpo cadáver que ofreció todo en vano
a un mundo de cocodrilos que, sin reloj, no avisaron
de que incluso a los piratas pueden arrancarle la mano
si para cumplir sus intereses han de ser como un tornado.

Ahora no quiero pensar.
Quiero apagar mi cerebro,
maldición neuronal
la de un contenido interno
que no se puede arrancar
ni mandar al cruel averno
que permita olvidar,
ser oveja en este cuento,
ser parte del panal,
disimular en el convento
donde en vez de rezar
intento razonar y siento
que me voy a marchitar
en sinrazones que no entiendo.




Fin de la partida. Apaga y vuelve a pagar para reiniciar el juego, que nada en este mundo se puede conseguir gratis.


Flautista.

martes, 18 de noviembre de 2014

Sombra

Cuando quise darme cuenta, mi vida llegó a ese punto en el que no sabes qué duele más, si los recuerdos o las ausencias.

Como bestias irracionales, solemos echar de menos todo lo que nos autodestruye, lo que ejerce sobre nosotros un poder de adicción más fuerte que la mayor de las drogas y nos inmola en un bucle de primitivismo emocional, de deseos viscerales que nos arrancan las entrañas para ahorcarnos con ellas, para recordarnos que nuestro espíritu inmortal vive encerrado bajo una jaula de limitaciones.

Sin embargo, lo más divertido es descubrir que nuestra sed de felicidad es insaciable, que no importa todo lo que tengamos, pues siempre desearemos algo inalcanzable y, si este deseo se nos pone entre las manos, dejará de ser atractivo ante nuestros ojos y será otro deseo el que despierte nuestros intereses.

Porque los deseos son como las armas: si no pueden destruirnos es porque están rotos.

Pero nunca aprenderemos. Siempre cometeremos los mismos errores, como si fuéramos parte de un repetitivo espectáculo de marionetas en el que nuestros hilos nos enredan en acciones circulares, acciones de almas a las que echamos el cerrojo, de cuerpos a los que intentamos hacer inertes para vivir en un mundo en el que el color y la vida no son aceptados en la tierra de los hombres grises.

Y, casi sin quererlo, descubrí que estoy en lo cierto, que vivimos una mentira llena de antojos, que no hay anteojos en el mundo para poder ver con nitidez nuestro futuro, que sólo podemos actuar en base a un pasado efímero y fugaz, pues no existe nada que muera más rápido que los segundos, pero cada segundo cuenta y no nos damos cuenta de que no podemos huir del pasado, aunque lo sigamos intentando por culpa de nuestro deseo de escondernos de nosotros mismos.

Fue en ese momento cuando quise hacerme una sombra, cuando quise deslizarme invisible y escapar, buscar un mundo sin errores, sin espacio ni tiempo para juicios, un mundo sin valores en el que los cobardes que escapan sean vistos como los valientes que buscan nuevos caminos.

Porque de tanto buscar la misma luz todos nos estamos volviendo ciegos.




Siempre habrá un motivo para querer ser una sombra, para entregarnos a lo desconocido cuando nadie nos mire.



Flautista.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Desterrado

Cuando despertó todavía era de noche. No supo cuánto tiempo había dormido, pero no le importaba. Por muy desgarrador que resultase, ahora tenía todo el tiempo del mundo, y no existía sueño alguno que fuera capaz de evadirle de una realidad tan cruda.

Como era de esperar, la cama estaba vacía, y el contacto de sus pies con las frías tablas de madera del suelo le recordó que llevaba mucho tiempo sin saber qué era el calor. Aún así, decidió levantarse, pues no servía de nada pararse a echar de menos algo que nunca había tenido.

Con pasos sigilosos fue a la cocina. Tal vez allí encontrase el vino que le había hecho olvidar cómo había llegado a la cama, cómo había logrado dormir en soledad, y cómo lograba aceptar un mundo en el que parecía que nadie se preocupase por sus inquietudes o sentimientos, en el que sentía su libertad coartada como un pájaro enjaulado, en el que la lluvia le asfixiaba y el tiempo y el espacio sólo eran dos bufones que bailaban para recordarle la brutalidad de la vida.

Entonces fue cuando comprendió que ya no estaba en casa.

En la cocina no había vino. De hecho, no había ninguna cocina. Tardó un tiempo en asimilarlo, pero logró comprender que lo que antes era su casa ahora se había convertido en un vacío, pues no existe un hogar sin una felicidad que nazca de dentro, y aquel lugar carente de sensaciones felices le recordó más a las puertas del infierno que a un refugio en la tierra.

Pero él sabía que el infierno no era tan malo. Ya lo había visitado muchas veces, pues la vida le había dado palos como para encender más de mil hogueras, y sabía que no había llama que cien años dure, ni mal que su cuerpo no soporte. Había nacido para luchar, y esta vez la batalla era contra sí mismo, contra ese yo interno que le pedía rendirse, dejar de enfrentarse al mundo que le rodeaba y dormir en un sueño eterno en el que por una vez ganase la partida.

Pero no, él no era así. Sabía que todas las luchas tenían un sentido, y que una vida luchando no era para rendirse ante uno mismo. Había que seguir, enfrentar a un nuevo día y buscar siempre una manera nueva de avanzar, pues el mundo es demasiado pequeño como para no alcanzar lo que nos merecemos.

Fue en ese momento cuando salió el Sol, y anunció con su luz que pronto abandonaría su destierro.


Flautista.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Finale primo

Intento olvidar
la historia que de golpe rompimos
sin disimular,
llenando el cielo de enormes vacíos,
y no puedo volar,
escapar de lo que nunca llegó a haber sido
el más triste final,
el último acto, el verso perdido.

Pero no puede ser
que me tires la piedra y me hagas creer
que comencé la guerra
que quiero perder.
Que me trague la tierra,
no quiero saber
por qué me atormentas
haciendo creer
que en mí nace la tragedia.

No pedí dramas, ni llevé flores,
no quise ser cuento de cien trovadores,
sólo buscaba un camino para seguir adelante,
huir de mi castigo, sentirme indomable,
pero ya me he rendido,
no puedo buscar perlas en un cielo
de nubes de días grises, donde mis pies, en el suelo,
dejan cicatrices bajo barro y desconsuelo.

Ya de nada sirve la parafernalia,
cambia el CD, pasa de página,
pues nunca podrás ver el óleo que se derrama
en las tardes de tormenta donde el cielo no nos baña,
donde el café desafina, donde la tele es amarga,
pues no existe momento para mañanas vacías,
para resacas de sueños, para curar las heridas
de un puñado de sueños que convertiste en pesadillas.

Pero yo no te culpo, no se trata de eso,
no hay que amar sin cicatrices, es mejor romper el hueso,
hacer que el alma se astille,
pues si no eres capaz de entregar ahora todo,
es mejor que me olvides, que me marche yo solo
a donde mejor se me cuide,
a donde exijan el oro
de un corazón que sólo pide
latir si por él está latiendo otro.

Por eso me macho con silenciosas despedidas,
con pasillos oscuros, con camas vacías,
para que puedas buscar mañana nuevos tesoros,
pero a mí no me busques, que mi cofre está roto.

«Se baja el telón, y te toca mover ficha».



Flautista.

Ícaro

Cuanto más cerca del Sol logro volar, mayor es el impacto de mi caída. Puede que sea mi osadía la que tenga que lamentar mientras me ha...