Ya no llueve, no hay nada vivo, pues no sirve seguir viviendo si tú te has marchado. No estás aquí, y tu ausencia ha destruido todo aquello por lo que merecía la pena seguir luchando.
Pero tal vez nunca llegaste...
Quizá sólo seas una ilusión creada en mi cabeza, el anhelo de un amor imposible que nunca me será correspondido, un sueño que se desafina cada noche que me acuesto sin encontrarte, cada día que, confuso, intento vivir mientras me resigno a no tenerte, suponiendo que se pueda llamar vida al sufrimiento que me hace seguir respirando un aire que no puedo compartir contigo.
Y yo, mientras tanto, sólo espero a que llegue el momento en el que el viento se detenga, en el que tu perfume desaparezca de mi cabeza, en el que las canciones dejen de recordar que no estás conmigo y los versos se transformen en todos los besos que siempre quise darte. Pero la espera es dolorosa, porque viene teñida de rendición, recordándome que estoy cediendo, que siempre fui un cobarde y que por no atreverme a demostrarte lo importante que eres en mi vida te he perdido antes de llegar a alcanzarte.
De este modo se ha secado el jardín de mis esperanzas, un jardín que crecía bajo tu luz, alimentado por el deseo de tenerte cerca, de regalarte el cielo si me lo pides. Pero ya no queda agua para seguir creciendo, ni me quedan lágrimas para seguir llorándote. Por eso, aunque ahora tengo claro que no compartiremos amaneceres, sólo puedo darte las gracias por haber sacado lo mejor de mí, por haber hecho que quiera ser mejor persona y por haberme dado motivos para seguir luchando, para intentar volar de nuevo. No obstante, espero que no te sientas culpable de mi rendición. Tal vez sea mejor que me entregue a la muerte. De todos modos, algo me dice que estoy muerto desde que tú me robaste el alma.
Gracias por todo. Si algo bueno tuvo esta vida fue que me permitió haberte conocido.
Te querré aunque mi vida se apague.
Flautista.
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