No sé por qué sigo empeñado en escribirte...
A veces me pregunto si llegará un día en el que logre alcanzarte, un día en el que deje de sentir que voy detrás de un espejismo, de un sueño que me persigue dormido o despierto, de un ángel que me recuerda todo lo que nunca podré tener.
Sé que nunca fui perfecto, que siempre tuviste mejores opciones. Sin embargo, algo me dice que debo seguir esforzándome, que debo seguir intentando crecer para que llegue un momento en el que sea capaz de romper el vuelo y tú vengas a volar conmigo.
No obstante, mis esperanzas desaparecen al ver que mi cama sigue vacía, que nadie me acompaña en los amaneceres, que las noches de verano se quedan frías y el invierno es un infierno si tú no apareces, si tú no me guías mientras mi desaliento crece.
De este modo, mi cuerpo sigue llorando todos los abrazos que no te di, enterrando besos que nunca florecieron, apagando un deseo que me quema por dentro mientras me dejo sepultar bajo la avalancha de una amistad conformista en la que muero arrollado por una sonrisa que escuda todo lo que siento realmente.
Por tanto, sólo puedo finalizar esta carta suplicando que algún día llegue a su destino, que comprendas las señales que mi cuerpo intenta mandarte y que me ayudes a poner un final feliz a nuestra tragicomedia, un final eterno en el que nada ni nadie logre separarnos.
Siempre te quise de un modo infinito.
Gracias por ayudarme a volar.
Flautista.
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