domingo, 7 de abril de 2013

Enjaulado...

Si hay algo que duela en esta vida es tener que vivir preso de mis emociones.

Necesitaría ayuda para romper barreras, para que el suelo no se agriete bajo mis pies si intento acercarme a ti, para que el espejo deje de mostrarme la cara de un cobarde que no es capaz de decirte lo que siente, un cobarde que, sin que tú te des cuenta, prefiere vivir un sólo segundo contigo antes que resignarse a una vida en la que sabe que no podrá tenerte.

Sin embargo, algo me impide poder ser libre, poder hacerte ver que me estoy envenenando bajo la ponzoña de una falsa amistad, una falsa amistad con la que escondo que mi vida te pertenece, una falta amistad con la que celebro cada uno de tus triunfos amorosos, aunque cada triunfo se convierta en un puñal incrustado en mi pecho, condenándome a morir bajo una avalancha de falsos consejos para darte, bajo todos los "Dale un beso" que realmente son un "Quiero que me beses", bajo todas las lágrimas derramadas cada vez que me dices que para ti soy sólo un gran "amigo".

Pero no puedo culparte, tú no te mereces esto. Te mereces a alguien capaz de hacer música sólo para que sonrías, alguien que juntase los continentes para que se den el beso que tú y yo nunca nos dimos, alguien capaz de reinar sobre tus emociones, convirtiéndose en el primero que te viene a la cabeza cuando despiertas y en el primero que sueñas cada noche.

No obstante, nunca fui un rey para ti. Sólo fui ese bufón convertido en tu pañuelo de lágrimas, ese apoyo que te lanzó a los brazos de otra gente sin hacerte ver que yo también tengo brazos dispuestos a abrazarte, ese al que nadie mira mientras llora desconsolado por no ser el protagonista de la escena del beso que interpretas con otros.

Por eso, sé que debo resignarme a no tenerte. Sé que debo vivir bajo el antifaz de tu amistad, aunque cada "Te quiero" que tus labios no me envían me acabe desgarrando entrañas y cada "Te quiero" que no me atrevo a enviarte se convierta en una lágrima que desfallece en mi rostro cuando tú no te das cuenta.

Por tanto, sólo tengo un último deseo, el deseo de que algún día descubras que siempre te he querido, que para mí eres tan importante que siempre estuve dispuesto a sacrificar mi felicidad con tal de que tú logres alcanzar la tuya.

Ahora me marcho, pero no quiero que llores. Si descubres esto algún día, yo estaré lejos, aceptando no tenerte, mientras que el tiempo que paso recordándote se reirá de mí, haciéndome consciente de que desperdicio mi vida al no luchar por ti, al no tener valor suficiente para dejar de vivir enjaulado, enfrentarme al mundo y esforzarme por tenerte.

Gracias por hacer que imagine contigo los mejores momentos de mi vida. Ojalá hubiera tenido valor para vivirlos.

Te querré hasta que el Sol y la Luna dejen de sobrevolar nuestros cielos.

Flautista.

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