Hoy escribo sobre ti,
porque sé que no lo imaginas.
Mientras suena la música
que ambos escogimos
recuerdo todo aquello
que jamás recuperaremos.
Y yo, orgulloso idiota,
no admitiré nunca cuánto me arrepiento
de no valorarte lo suficiente
aunque ahora lleve atadas a los tobillos
las piedras de tu ausencia.
Tú intentaste salvarme
de una guerra contra mí mismo,
de caer en un abismo
en el que no supe encontrarme.
Y ahora que no te veo,
te escucho sordo en mi cabeza
y duele la realidad que, con crudeza,
me recuerda que no estás cerca
y que de mí mismo estoy lejos.
Cuánto aprendí de ti
y qué poco te dejé verlo,
tú, rescatándome en invierno
mientras yo te intentaba enterrar en la nieve.
Recordarte de nuevo es sufrirte dos veces,
pero es ese dolor el que me hace comprender
que cuando estabas cerca logré estar vivo
y hoy casi ni lo puedo parecer.
Por eso, aprovecho que no me lees,
que nos separan el espacio y el tiempo,
aprovecho para decir que lo siento,
aunque no pueda intentarlo otra vez.
Si la vida es un juego no paro de perder,
y vivo mi pesadilla más que vivir mi sueño
pensando que fui Caín con quien no debí serlo
y ahora hacia atrás ya no puedo volver.
Sin embargo, si alguna vez descubres esto,
quiero que sigas brillando con esa estrella,
quiero que no olvides que en mí dejaste una huella
que me ayudó a crecer aunque no supe verlo.
Y así, en lo más profundo de mi mente,
tendrás un hogar, cobijo en invierno
y hoy, este poeta loco
dice adiós a quien le ayudó a estar cuerdo.
Te echaré de menos tanto como mereces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario