Sin embargo, mi vida contigo fue un eclipse. Siempre fui el que te mira en silencio, el que espera, el que sueña con imposibles y despierta en realidades vacías. Siempre fui el inservible, el guardado en el cajón de trastos y recuperado cuando no quedan más opciones, el que reunió fuerzas para latir una vez más con la esperanza de volver a ser rescatado, de salir de la sombra y complacer tus deseos, pues siempre me esforcé por impresionarte, siempre luché por hacer que me valores y perdí la batalla antes de poder asestar el primer estoque.
Pero la guerra está perdida. Mi cuerpo ya está en la tumba, mi lengua yace dormida, y mi alma, reclusa en una cárcel sin vida, se lame las heridas de una vida vacía, de una existencia condenada al olvido por no haber compartido un momento contigo que en cien eternidades mi recuerdo mantenga.
Pero no sufras, no te culpo de mi condena. Fui yo el que no supo valorar lo que la vida me regalaba y, en un mundo lleno de tesoros, decidí estrellarme con la mayor de las piedras. Por eso, ahora asumo mi castigo, pues fue mi error creerme un mendigo, darte un castillo en las nubes y dejar de tener los pies en la tierra.
Sin embargo, no quiero ningún miserere, ni réquiem que lloren mi muerte. Sólo quiero que recapacites, que valores lo que tienes y que no olvides que estamos de paso, que todos podemos olvidar y ser olvidados, y que nada duele más que encontrar en corazón propio el daño que un día causamos en corazón ajeno.
Por lo demás, espero que nunca me olvides, pues siempre serás el motivo por el que ahora estoy muerto.
Flautista.
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