Nunca supe qué me hiciste,
pero en invierno eres el fuego al que me arrojo,
nunca me atreví a decirte
que en mi vida siempre fuiste un gran tesoro.
Siempre quise regalarte
tierra, cielo, sol y estrellas
nunca pude confesarte
que por ti gano cien mil guerras.
Y hoy,
solo,
me arrepiento de no decirte todo,
de sonreír mientras por dentro te lloro,
de no contarte que vivo en una cuerda floja
que me ahorca en este teatro de marionetas,
donde interpreto el sueño que no me abandona,
el sueño de soñarte soñando que me sueñas
y despertar en pesadillas
donde mi secreto ignoras.
Y eso es todo,
soy un cobarde y en secreto te añoro.
Vivo por ti, respiro y siento que floto
cuando vienes como el café de los martes,
cuando mirarte se vuelve mi séptimo arte
y tú, mi octava maravilla de un mundo que
sin ti
ya no me importa,
de acordes rotos en la voz desgarradora
de quienes gritan que el mundo es para soñadores
y por soñarte sienten que el alma les roban,
pues es delito intentar imaginarte
dentro de un cuerpo al que tus dedos nunca rozan.
Mañana,
cuando pienses que en la vida estás sola
recuerda que me entrego
a una caricia soñadora,
al deseo de buscarte, de tenerte, de mirarte
y soñar que tu luz no me abandona,
pues nací para cuidarte, para darte lo mejor
en este mundo aterrador
donde por ti yo quiero ser
mejor persona.
Nunca supe qué decirte,
por eso siempre te quise en silencio.
Flautista
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