miércoles, 25 de diciembre de 2013

La carta

Cuando quiso darse cuenta, estaba abriendo los ojos sobre su escritorio acompañado de una pequeña lámpara y otra botella de vino que, como era de esperar, estaba vacía.

Nunca supo cuánto tiempo había estado allí, tampoco le importaba. Sólo recordaba haber intentado escribir esa carta, la misma carta que, desde hace meses atrás, nunca salió de su cabeza, como si las palabras estuvieran encadenadas bajo su cráneo y no supieran volar hacia el papel. Porque sí, las palabras a veces vuelan, pero las emociones pueden acobardar al más bello de los textos, escondiéndolo en el alma del poeta y condenándolo a una vida fría, vacía y alejada de sentimientos y sueños que nunca logró mostrar.

Sin embargo, él estaba empeñado en escribir esa carta. Sabía que ella lo merecía, que con ella todo podría ser diferente. No obstante, se sentía totalmente paralizado cada vez que ella se acomodaba en su cabeza, haciendo que, como el más bello de los ángeles, su triste habitación de paredes grises se convirtiera en el más dulce de los paraísos mientras soñaba despierto con la vida que compartirían, con el futuro que les esperaba si algún día él lograba llamar su atención, si lograba demostrar que vivía por y para ella, y que no había nada en el mundo capaz de hacerle sentir más vivo que su compañía.

Por eso era tan importante la carta, la carta en la que mostraría una faceta de sí mismo que nunca se permitió conocer. Siempre había huido del amor, pero, como un cazador imbatible, él se había convertido en su más débil presa sin poder hacer nada por evitarlo. De todos modos, ya nada importaba, pues había comprendido que una vida sin amor se limita a la más triste de las existencias, y ella había llegado para acabar con sus principios, para ofrecerle una nueva visión de las cosas, para dar color a su desesperanza y teñir de posibilidades un futuro que ya no le asustaba, pues cualquier eternidad era corta si podían compartirla.

De este modo, el poeta volvió a incorporarse en la mesa y, cogiendo un nuevo papel, se dispuso a escribir, a demostrar que su vida tenía sentido cuando se encontraban, a jugar al error de no esconderse y mostrar al mundo que nadie ha nacido para estar solo. Aún así, en esa carta sólo aparecieron dos frases que, por desgracia, nunca más volvieron a ser leídas.


«Gracias por existir. Siempre te estaré esperando.»


Y así, siempre fuiste un motivo para escribir cartas en secreto, pues tú eras la musa que inspiraba al poeta.



Flautista.

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