«Si quieres volver a verla tendrás que hacer lo que yo te diga».
No podía creer que estuviera leyendo esa nota. Mientras la sostenía en sus temblorosas manos recordaba con qué incredulidad había visto esta situación en varias películas. Sin embargo, ahora su cuerpo estaba invadido por sudores fríos que le recordaban, entre entrecortadas respiraciones, que esta vez la cosa iba muy en serio.
Nadie podría ayudarle.
Sabía que, como pasa en las películas, pedir ayuda a una tercera persona sería peor. Quería llorar desconsoladamente, pero comprendió que no serviría de nada, que la única solución sería enfrentarse a sus miedos y hacer frente a la situación.
Por eso, llenó sus pulmones con una bocanada de aire, se tranquilizó y empezó a recoger su habitación. Sabía que, aunque le diera perea, tendría que obedecer a su madre y ordenar todo para que ella le devolviera la videoconsola.
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