Encerró su alma en la caja de muñecas
de las cosas con las que no se juega,
porque no era divertido mostrar lo que pensaba,
porque quiso esconder bajo su rostro la tormenta
y sonaron campanas.
Su corazón despacio latía.
¿De qué servía estar vivo
si tú allí no estabas?
En su existencia moría cautivo,
en tu ausencia de vacío se llenaba
mientras buscaba bajo noches de lluvia
cómo encontrarte por la mañana,
mas todo el mundo sabe que a saltos
las estrellas nunca se alcanzan.
Y la tormenta azotaba su rostro,
esculpiendo sonrisas con sangre y entrañas.
«Nadie puede conocer
las cadenas que suenan en mi alma,
nadie debe comprender
lo que mi espíritu sin fuerzas arrastra».
Así, día tras día,
su cuerpo atormentado reptaba
mientras su alma volaba libre
buscando beber de tu mirada.
Pero en los mares siempre se dijo
que quien navega solo naufraga.
Por eso, sin ti está perdido,
pero los vientos hacia ti nunca avanzan.
Trágica historia le tocó vivir
al marinero del barco de vela
que quiso enamorarse de ti,
de la brisa que a su nave no llega,
del viento que le lleve a casa,
de la sirena que su alma embelesa.
Pues la mayor atrocidad de la sirena
es hacer creer en amores imposibles,
en vientos que no mueven barcos
condenados a hundirse en la tormenta.
Y ahora mira al cielo
y piensa en mí cuando llueva.
Serán los dioses convirtiendo
mi sufrimiento en nuevas primaveras,
pues si eres feliz llenaré campos
de nomeolvides
para que me sientas cerca
aunque nunca pueda alcanzarte,
aunque siempre vivas en mi cabeza.
Pues el cielo me ayuda a llorarte
cuando nace y muere en tormentas.
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