Cuando las guerras comienzan
en interiores viscerales
dejamos de ser nosotros,
nos volvemos animales,
presas de nuestro peor enemigo,
de saber que somos débiles
ante vínculos perdidos,
de saber que echar de menos
será nuestro peor castigo.
No podemos controlar
qué brota en nuestras entrañas.
Sólo podemos intentar
que no se desgarre el alma
de los que intentan disfrutar
de una vida atormentada
en la que sólo podemos llorar
cuando no nos acompañas.
El tiempo fue traicionero,
robó lo que más quería
y ahora que no te tengo
debo luchar cada día
por fingir que soy de hierro,
por escudarme en la alegría
que tienen los que no están muertos,
aunque sigo muerto en vida.
¿Si yo no he he hecho nada
por qué quiero huir?
Fuiste tú quien prendió
las brasas de un triste infierno.
Ahora quiero perderme
y dejar de sufrir,
pero no soy feliz.
¿Y yo qué culpa tengo?
Solo quise escapar
escondido en la rutina,
nunca te quise dar
lo que no me ofrecías.
Sin embargo me marcho
cada vez que nos vemos
y no dejas de doler.
Algo mal estaré haciendo...
Por eso ahora me rindo,
no quiero pensar, ni seguir padeciendo
un dolor que brota escondido
en las tristes cuevas del recuerdo.
Recuerdo los buenos días,
recuerdo las noches sin sueño
con una felicidad compartida,
con vínculos que creímos de acero
y fueron frágiles como arcilla
que estrellaste fuerte contra el suelo.
Ahora solo puedo
fingir que no pasa nada.
Si yo mismo me lo creo
tal vez se crea mi alma
que somos fuertes, que podemos
luchar de nuevo cada mañana
por la felicidad que perdimos,
aquella que robaste sin nada
que pudiera haber impedido
caer en un abismo de escarcha
donde no sólo en invierno hace frío,
donde se congelan cuerpo y alma
hasta por fin haber comprendido
que no regresarás mañana,
que ese será mi castigo,
que en mí brotará otra llama.
«Siempre serás un motivo para creer en los deshielos».
Flautista
Sublime. Como siempre. Gracias por regalarnos estas cosas.
ResponderEliminarLarga vida al poder de las palabras :)