A veces, para encontrar el camino por el que debemos seguir es necesario que nos escapemos de todo, incluso de nosotros mismos.
Sin darnos cuenta, la vida nos pone momentos en los que no sabemos dónde estamos, en los que necesitamos correr a ninguna parte, en los que todo lo conocido empieza a parecer diferente, haciendo que nuestros valores cambien y la escala de emociones que rige nuestra cordura nos acabe desmoronando como al mayor de los locos.
A veces, la vida pierde su poesía y no somos capaces de afinar las notas de nuestros pasos. No sabemos hacia dónde ir, ni quién nos debe acompañar, e intentamos olvidarnos de las principales fuentes de recuerdos felices que poseemos, arriesgándonos a secar todo árbol que un día nos dio cobijo, que nos ofreció ese apoyo que permitía columpiarnos para poder mirar desde las alturas ese camino que hoy se rinde ante nosotros.
A veces, damos de lado a quien jamás nos dio la espalda, a quien nos quiso tanto que nunca supimos estar a la altura, que nunca nos sentimos capaces de corresponder un sentimiento que trajo la primavera a nuestro espíritu, e intentamos segar una cosecha de emociones y vínculos más fuerte que la mayor de las mareas.
Sin embargo, es en estos momentos cuando nos damos cuenta de qué ocultamos en el más profundo de nuestros rincones, aquel en el que nuestras almas esconden todo aquello que nos vuelve vulnerables, empeñándose en hacer creer a los demás que dominamos unas emociones que nos tienen cautivos, presos ante deseos que no podemos cumplir, como el ofrecer a esos ojos una felicidad que jamás sabremos engendrar.
Por eso, sólo te pido que te apiades de mi alma, que comprendas que nunca quise herirte, pero que necesité aprender a quererte desde lejos para no quemarme estando cerca sin tenerte, soñando cada noche que mi casa nunca vuelve a estar vacía, que te quedas conmigo para compartir un millón de amaneceres, para regalarte tantos gestos como estrellas nos iluminen por las noches, noches en las que me imagino que nos completamos bajo la fortaleza de mil sábanas.
No obstante, confieso que no muestro tantas cosas como debería, y el silencio de mis labios me acabará condenando a postrarme en un patíbulo de besos nonatos, a morir ahorcado por un corazón que acelera sus latidos sin que te des cuenta, que descarga adrenalina en cada segundo que comparto contigo, pero que por no saber querer correctamente, fingirá que sólo vivimos en la más bella de las amistades, aunque mi alma desee crear contigo lazos tan fuertes que sean dignos de aparecer en los libros de historia.
Pero yo sólo quiero que seas feliz, que disfrutes de una vida llena de todo lo que jamás podré regalarte. Que te eleves grande y fuerte, surcando un cielo que solo disfruto cuando tú lo iluminas, eclipsando al sol que quiero entregarte cada vez que me regalas cualquiera de tus miradas.
Sé feliz y no mires atrás. Piensa que yo estaré dispuesto a todo cada vez que quieras obsequiarme con tu tiempo, que ya te echo de menos a pesar de no habernos dicho adiós, pues mi alma te esconde en dimensiones tan ocultas que no estoy seguro de que hayas podido llegar a conocerlas.
Te querré siempre. Te querré mucho y de la mejor manera posible.
Te querré hasta que mi corazón albergue tanto amor por ti que llegue a autodestruirme.
Te querré y merecerá la pena, pues siempre fuiste ese motor capaz de generar olas en el océano más oscuro de mi cuerpo.
Gracias por hacerme sentir vivo, aunque nunca haya tenido el valor de decírtelo.
Flautista.
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