martes, 15 de abril de 2014

Luna de sangre

Una noche más se despertó bañado en sudor, con un escalofrío recorriendo su cuerpo.

Y no, esa vez tampoco estabas.

Ya se estaba acostumbrando a vivir muerto, a morir soñándote, a soñarte despierto y enfrentar a un mundo que le recordaba que no vendrías, que tendría que joderse, quererte sin quererlo y hacer que no te dieras cuenta para no contagiarte en la trágica epidemia que provoca un amor no correspondido.

Ya se había acostumbrado a reír de puertas hacia fuera, a llorarte por dentro, a esconderse bajo alegrías fingidas y guardar su corazón en el cofre de emociones que nunca mostraría. Tú no te merecías su dolor, pero él no estaba preparado para indigestarse con todo lo que nunca se atrevió a mostrarte.

Ya se había acostumbrado al rechazo, a remar solo, a entretenerse pensándote sin que lo sepas, a llorarte en Noviembre y añorarte en Mayo, a fingir que no interesas mientras te convertías en el centro del universo sobre el que cada día giraba su mundo sin reconocerlo.

Pero no servía de nada...

Sabía que era inútil quererte de lejos, y que tú no le abrirías la puerta.
Sabía que moriría marchito imaginando la primavera en tus besos.
Sabía que nunca leerías sus versos, ni que lograrías encontrarte en sus letras.

Por eso se rindió, pero el timbre sonó y le visitaron los celos.

Sintió celos del Sol, pues por tu luz quiso brillar mejor cada mañana.
Sintió celos del agua, porque cada día pudo recorrer tu cuerpo.
Sintió celos del viento, que siempre te acariciaba cuando lo necesitabas.
Sintió celos de la tierra, porque podía ser tu apoyo y tu sustento.

Pero en tu mundo no encajaba. Había nacido en el mundo equivocado, en el que los cuentos se convierten en tragedias griegas y no sirve ser príncipe azul porque no están claros los colores importantes. Había nacido en un mundo de camas vacías, de sábanas de espinas y noches de sufrimiento. Había nacido en un mundo en el que no te encontraba, un mundo en el que tu ausencia le condenó a la eterna noche del invierno.

Ya nada se podía hacer...

Acabarías bebiendo de otros cuerpos y le darías pan cuando muere de sed sin conocer su sufrimiento. El mal no quisiste en él, pero no es feliz un bufón que quiere conquistar tu reino, regalarte su alma, su cuerpo y poner el verano a tus pies, pues no necesita más calor que el tuyo para poder mantenerse contento.

El dolor era más grande que él. Si Dios existía le había abandonado, y quiso arrancarse la piel para llegar a su corazón traicionado, castigado, latiendo por miedo otra vez, sintiéndose sin ti descuidado y suplicando un infierno en el que arder, pues la vida le había demostrado que quererte puede doler, quemarle de frío y congelarle abrasado.

Pero el Diablo se apiadó del joven, supo que era innecesario tanto sufrimiento y decidió negociarlo con él.

- Puedo hacer que sufra el mal que te ha causado. Dame tu alma y paz te entregaré, pues nadie amará a quien nunca te ha amado.
- Lo siento, no lo puedo hacer. Su desdicha no hará que no sea desdichado. - El joven lloraba, y sonreía a la vez. - El amor es cuestión de decisiones, yo no amé estando obligado, y jamás a nadie obligaré a romperse el corazón porque el mío amase estropeado.

Tras esto, el joven metió su mano en su pecho y sacó su corazón, que seguía latiendo. Era un corazón frágil, quebradizo y lleno de cicatrices, pero que amaba de un modo sincero aunque le faltase valentía para reconocerlo.

El Diablo, riendo para disimular la frustración de su negocio fracasado, miró al joven y pronunció una última frase: «Nunca te querrá.» y desapareció como había llegado.

El joven no dejó de llorar. No quería vivir en este mundo si no estabas a su lado, y estrujó su corazón sin dudar, destruyéndolo entre sus dedos.

Esa noche, los Dioses descubrieron que el amor es injusto, que amar duele, pero es necesario. Por eso, quisieron advertir al resto de la humanidad de los peligros de un corazón descontrolado y con la sangre del joven pintaron a la Luna que esa noche surcó el cielo, para recordarnos que amar duele, para recordarte que te sigue queriendo.




El ser humano es un animal de costumbres, pero es duro acostumbrarse a un mundo que no se comparte contigo.




Flautista.

1 comentario:

  1. A veces el dolor puede más que nosotros, a veces es imposible acostumbrarse. A veces, solo a veces, la cobardía cuesta muy cara y atragantarse con ese dolor puede hacer que se haga más y más grande. Si no muestras lo que sientes, si te lo llevas a la tumba, la condena será incluso mayor que el dolor. Duele que algo duela más de lo que estás dispuesto a que duela. Quien no arriesga, no gana, pero las cosas nunca son tan fáciles como parecen...

    Eres un grande, flautista.

    Al.

    ResponderEliminar

Ícaro

Cuanto más cerca del Sol logro volar, mayor es el impacto de mi caída. Puede que sea mi osadía la que tenga que lamentar mientras me ha...