Hoy, sin quererlo, me dejaste a oscuras,
y sonreí como hace la Luna
cuando se eclipsa observando a la Tierra
mientras ésta le tapa el Sol.
Al verte por la calle estallé en mil supernovas
y, sin que tú te dieras cuenta,
me derrumbé y me reconstruíste
mientras a mí llegó la primavera
con el verde fuego de tus ojos.
Y yo, como un verano que termina,
reaccioné tímidamente
apagándome un silencioso invierno
que no quiso extinguirme
por observar cómo me iluminabas.
Pero volví a dejarte escapar
mientras Madrid te devoraba
como el más fiero de los monstruos,
recordándome que cada día estás cerca
y cada noche estás más lejos.
Y maldigo a la llama de mi cobardía,
a la vela que me mantiene tenue
pero no se apaga para seguir buscándote,
porque cada vez que te pienso de noche
no me asusta estar a oscuras.
Por eso, seguiré buscando,
porque Madrid es un laberinto de monstruos y minotauros,
pero sé que Acuario es el regalo
de quien se guía por cantos de sirena
soñando con ser feliz al volver a casa.
Aprenderé qué hacer para encontrarte,
aunque no me atreva a entrar a la Academia
que cada día me enseña a estar un poco más vivo.
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