Ya no importa a nadie lo que se diga sobre los sueños perdidos, ni sobre las ilusiones que nunca llegaron a alcanzarse. Ahora vivimos en la sociedad maldita, en el mundo de la apariencia y la ambición. No importan las virtudes que tengas, sino las que realmente aparentes tener. Tampoco importa por quién o por qué luches, pues de antemano te informo que la batalla contra el miedo parece estar perdida.
Sin embargo, siempre podremos encontrar un oasis en este desierto, una gota de lluvia que alimente nuestras ilusiones y que demuestre que valen la pena los sacrificios realizados en el camino, pues no es justo que un alma sufra si no va a ser recompensada, y ese sufrimiento siempre nos hace fuertes, nos recuerda que estamos vivos, y nos ayuda a valorar todo lo bueno que nos rodea.
Por eso no me importa haberte perdido, porque sé que me hiciste más fuerte, que de ti aprendí a no creer en las derrotas, que las bifurcaciones no son malas si se ven como un medio para alcanzar otros caminos, para abrirme a nuevas metas, para descubrir nuevos destinos. Reconozco que la despedida fue dura, pero ahora sé que debo abandonarte, que no me alimentaré de tus cadenas, que lograré volar alto, y, desde arriba, te taparé el Sol que alguna vez intentaste ocultarme.
Y, ¿sabes qué es lo mejor de todo? Saber que no puedes hacer nada por evitarlo, saber que me tuviste en tus redes y me hiciste agujerearlas, que descubrí al lobo con piel de cordero, que rompí las lanzas que me dañaban y encontré caminos en el bosque de los miedos, caminos que me mostraron que la vida sigue, y que los árboles siguen vivos para recordarme que lejos de ti está la primavera.
Por eso, ahora mismo te compadezco, porque no lograrás ver el mundo que se expone más allá de tu nariz, porque la vida en tu ombligo se acaba, y, sin que puedas hacer nada por evitarlo, acabarás autodestruyéndote en el bucle de soledad de un invierno que tú mismo creaste, congelando razón y emociones, olvidando que tú no eres el único alimento de mi espíritu.
Por tanto, concluyo esta carta desterrando mis miedos, y enterrándote con ellos en el cofre de recuerdos que siempre debieron permanecer olvidados, pues no hay que arrepentirse del pasado, pero tampoco debemos permitir que éste nos destruya el presente ni nos impida caminar hacia el futuro que merecemos.
Fue un placer tenerte cerca, pero no olvides cerrar la puerta al salir.
Gracias por hacerme luchar por lo que realmente merezco.
Flautista.