Ahora todo es diferente, teñimos los «para siempre» con un futuro distanciado, con una vida ausente en la que a Neruda no le gustaría vernos callados.
Y se nos cayó la p
o
e
s
í
a...
Como hojas del otoño secamos los recuerdos que no llegaron a mañana, que se perdieron en un tren sin estación que no nos llevó a ninguna parte, que nos autodestruyó en el principio del fin, en un frío que congeló lo que ya no supe compartir contigo.
Y descarrilamos.
Así llegamos a nuestra colisión emocional, a la muerte en vida, a los abrazos vacíos y los saludos que evitamos escondiéndonos en los múltiples pasillos de la rutina. Ya era mejor que no sonase el teléfono, que no se fusionasen nuestros pasos, que se evaporasen los veranos y nos perdamos como el viento, invisibles y despeinando a quien nos encontremos a nuestro paso.
Y todo porque un día cambiaron nuestras pieles, porque decidimos navegar en rumbos diferentes, porque quisimos explorar un poco y nos arrastraron corrientes descontroladas hacia torbellinos de cambios desmesurados.
Desde entonces, sé que no te puedo culpar, que nuestro mundo crece, florece y marchita, pero tenemos que avanzar. Por eso no rindo batalla, porque no hay guerra entre nosotros. Sólo estamos de misión humanitaria con destinos diferentes.
Por último, sólo pido al cielo que un día recuperes el rumbo y, mientras vives tu propia odisea recuerdes cuál era el camino a Ítaca, pues aquí siempre esperaremos tu regreso.
No olvides que siempre podrás volver, pero sólo tu verdadera esencia te servirá como llave.
Siempre serás un motivo para dejar la puerta abierta.
Flautista